El obispo Wester reflexiona durante la festividad de la presentación del Seņor

Friday, Feb. 07, 2014
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By The Most Rev. John C. Wester
Bishop of Salt Lake City

Traducido por:Laura Vallejo

La Festividad del 2 de febrero ‘La presentación del Señor’ siempre ha sido una de mis favoritas y este año me alegró mucho que cayera en domingo, permitiendo así que más personas pudieran celebrarla. El domingo pasado realizamos procesiones con velas en nuestras iglesias ya que la Presentación es una celebración de luz.

Leímos en el Evangelio de Lucas que Jesús es la luz de toda las naciones. También escuchamos a Malaquías hablar del fuego de las refinerías, desarrollando esta imagen de luz hacia una transformación brillante que cambia quienes somos, tal como la plata y el oro se transforman de materiales crudos a materiales preciosos. Jesucristo es nuestra luz ya que es el Salvador del mundo quien nos lleva de la obscuridad a la luz, del pecado a la gracia y de la muerte a la vida.

En la iglesia del este, la cual celebra la Presentación mucho antes que la Iglesia del Oeste, esta festividad es llamada ‘El Encuentro de la Reunión’. Con esto presente, veo la luz de Cristo como un regalo que nos permite encontrarlo a él y los unos a los otros. Cristo es la luz que nos permite romper las barreras que nos separan de Dios y de nuestros hermanos y hermanas, dándonos la gracia que necesitamos para poder perdonar más, para ser más amorosos y más desinteresados.

La festividad de la Presentación, nos recuerda entonces, que debemos hacer tiempo para Dios y para nuestros semejantes. Necesitamos ir a nuestro templo, a la iglesia, en donde, en donde cada domingo recibimos la gracia que nos ayuda a encontrar a Dios y a nuestros hermanos y hermanas en la fe.

Pero este encuentro no solo sucede la iglesia. En su lugar, después de la iglesia tenemos la misión de seguir con esto durante toda la semana llevando y presentando a Cristo a todos con quien nos reunimos.

En particular, considero al Evangelio de San Lucas en la festividad de Presentación como subrayando la importancia de dos grupos de personas: los ancianos y los jóvenes. Ayuda el darse cuenta que los dos personajes principales en la narración del evangelio del domingo pasado son el bebé Jesús y el anciano Simeón.

El encuentro entre el profeta y el Salvador recién nacido pone a estos dos grupos de personas en nuestras conciencias y parece que está diciendo, conforme reflexionando en la necesidad de reunirnos con nuestros semejantes, tal vez que deberíamos comenzar con los ancianos y con los jóvenes.

Sé que no siempre es posible estar presentes con nuestros semejantes en todos los momentos del día, pero creo que en general en nuestra cultura existe una tendencia de ignorar y en algunos casos de abandonar a nuestros niños y ancianos.

Conforme nos ponemos al corriente en nuestras ocupadas vidas, se convierte muy fácil el complacer a nuestros hijos poniéndolos enfrente de la televisión o dándoles un video juego en el restaurant para que se entretengan y no tengamos que entablar conversaciones con ellos.

De la misma manera, resulta triste ver a muchos de nuestros ancianos sentados solos en un cuarto, bien sea en casa o en una casa de asistencia, sin que nadie les hable o sin nadie con quien puedan compartir sus historias y su sabiduría.

Una vez más, me doy cuenta de que tenemos unas vidas ocupadas, pero resulta difícil imaginar que algo pueda ser más importante que el estar presente para nuestros jóvenes y ancianos.

Recientemente el Papa Francisco durante su discurso ante los participantes en la plenaria del Consejo Pontificio para la Familia dijo que :

"Una sociedad que abandona a los niños y que margina a los ancianos corta sus raíces y oscurece su futuro. Cada vez que un niño es abandonado y un anciano marginado, se realiza no sólo un acto de injusticia, sino que se ratifica también el fracaso de esa sociedad". Palabras fuertes en verdad.

Realmente con frecuencia no tengo que realizar un gran esfuerzo – el solo estar presentes es un gran regalo. Ofrecer un oído para escuchar, un comentario positivo o una sonrisa pueden ir muy lejos guiando a los ancianos y jóvenes.

Uno de mis poemas favoritos de Shel Silverstain refleja este punto. El poema es el llamado ‘The Little Boy and the Old Man’ que aproximadamente dice así:

"Dijo el pequeño niño, "A veces se me cae la cuchara."

Dijo el anciano, "A mí también."

El pequeño niño susurró,

"A veces mojo mis pantalones."

"Yo también," se rió el pequeño anciano.

Dijo el niño,

"Frecuentemente lloro."

El anciano concordó, "Yo también."

"Pero lo peor de todo," dijo el niño, "parece que los adultos no me prestan atención."

Entonces sintió el calor de una mano arrugada.

"Se de lo que hablas" dijo el pequeño anciano."

Tristemente existen muchas personas en nuestra sociedad que saben exactamente lo que el pequeño quiere decir. Pero esta en nosotros cambiar eso.

El Papa Francisco también en su discurso afirmo que : "Ocuparse de los pequeños y de los ancianos es una elección de civilización", ciertamente lo es y es también un mandato del Evangelio un mandato que vienen de los labios del Salvador quien frecuentemente nos recuerda que al amarnos los unos a los otros también lo amamos a Él.

Estamos llamados a llevar la luz a otros, especialmente a los ancianos y a los jóvenes, brindándoles una mano y haciéndoles saber que los estamos escuchando, que nos importan mucho y que queremos verlos más seguido.

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