Reflexión 6 – La Liturgia de la palabra, Parte II

Friday, Nov. 18, 2022
Reflexión 6 – La Liturgia de la palabra, Parte II 
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By Special to the Intermountain Catholic

Nota editorial:  Esta es parte de una serie  de reflexiones sobre la importancia de la Eucaristía y lo que significa ser personas de la Eucaristía. Estas reflexiones son parte del Avivamiento Eucarístico de la Diócesis de Salt Lake City, el cual tuvo comienzo el 19 de junio y concluirá en el mes de julio del 2024, con el Congreso Nacional Eucarístico a realizarse en Indianápolis.

Estas reflexiones han sido diseñadas para ser leídas por un sacerdote, diácono o ministro durante las Misas,  después de la oración posterior a la comunión. Estas aparecerán impresas en este periódico, así como en el sitio diocesano en línea www.dioslc.org. La serie de reflexiones continuarán hasta el mes de junio del 2023 en preparación para el 9 de julio del 2023, día en que se celebrará el Rally Eucarístico Diocesano en el Centro Expositor Mountain América en Sandy.

La presencia de Cristo se nos hace poco a poco más evidente a lo largo de la Misa, y esto se nota bastante en la Liturgia de la Palabra justo antes del Evangelio. Hemos escuchado la primera y la segunda lectura y hemos cantado el Salmo Responsorial mientras estábamos sentados; ahora, la aclamación del Evangelio, el Aleluya se canta después de la segunda lectura y la congregación se pone de pie.  

Claramente, algo significativo está ocurriendo en este momento, ya que todos hemos cambiado colectivamente la postura de nuestro cuerpo, pasando de una posición receptiva a una posición activa. Este es, de hecho, un momento muy significativo de la Misa; hemos llegado al Evangelio, la parte más importante de la Liturgia de la Palabra - la magnitud de este momento se explica por nuestro canto del Aleluya y la elevación del libro de los Evangelios.

“Aleluya” es una palabra hebrea que significa “Alabado sea el Señor Dios”. Al cantar esta aclamación de pie, estamos reconociendo que Dios se nos hace presente de una manera nueva. Cuando el sacerdote o el diácono elevan el Evangelio y se dirigen al ambón (el podio donde se proclaman las lecturas), nos están revelando dónde Dios se hace presente: a través de la Palabra.

Antes de escuchar las palabras del Evangelio, se signa el libro con la cruz, unificando a Cristo como Palabra con el Cristo de los Evangelios. A continuación, nos signamos con la cruz en la frente, en los labios y en el corazón, pidiendo a Cristo que abra nuestras mentes, lo proclamemos con nuestros labios y lo mantengamos en nuestros corazones a través de la Palabra.

El Evangelio es el momento más solemne de la Liturgia de la Palabra, porque esta parte de la Misa se construye hasta el momento en que Jesucristo se nos hace literalmente presente en la Palabra. No se trata de una recitación ni de una lectura pública; a través del Evangelio proclamado por el sacerdote o el diácono, Jesucristo se hace presente como la Palabra, la misma Palabra que creó los cielos y la tierra y la misma Palabra que se menciona al principio del Evangelio de Juan. Las últimas palabras, “Alabado seas, Señor Jesucristo”, subrayan que es realmente Cristo quien se nos ha revelado y está presente entre nosotros.  

Comenzamos estas reflexiones centrándonos en las palabras de San Agustín, que describió a Dios y a su Iglesia como “belleza siempre antigua, siempre nueva”. La Liturgia de la Palabra lo denues-tra. Une a los fieles del pasado con los del presente.  

La Misa en la que participamos hoy es esencialmente la misma Misa de los primeros cristianos. Sin embargo, podemos sacar algo de las lecturas basándonos en las situaciones actuales de la época moderna. Esta es la función del sacerdote o del diácono durante la homilía, también llamada sermón: aplicar la Palabra a nuestra vida actual. Esto también debe prepararnos e instruirnos para cuando salgamos de la Misa después de la Liturgia de la Eucaristía.  

Después de la homilía, nos ponemos de nuevo de pie para recitar el Credo. El Credo fue elabo-rado en los primeros tiempos de la fe cristiana. Contiene las creencias más fundamentales que los cristianos deben mantener y profesarlo juntos como comunidad prepara nuestros corazones para el Misterio que ha de venir en la Eucaristía. Dado que la Eucaristía es la expresión más profunda de nuestra Fe, podemos pensar en el Credo como una llave que nos permite acceder a la siguiente parte de la Misa: la Liturgia de la Eucaristía.  

Durante el Credo, nos inclinamos profundamente (y algunos días nos arrodillamos) durante el momento en que se menciona la encarnación con las palabras: “Y por el Espíritu Santo... se hizo hombre”. Dado que estamos a punto de presenciar cómo el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, debemos centrarnos intencionadamente en la idea de que Dios se hace hombre para estar más físicamente presente entre nosotros. Esta es, después de todo, la razón de ser de la Misa.

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